
Te llaman al movil, esa artilugio nefasto que estropea la charla, las ideas, la escena. Entonces te desapartas, buscas un lugar silencioso, donde puedas escuchar y ser escuchado, ¿y no lo estabas haciendo?, arruinas una y das parte a otra; cerrar y abrir.
Vuelves a la mesa, te encuentras una sonrisa; pero talvez es vacía. Quieres estar en todo y no permaneces en ningun lado, olvidaste cerrar la conversación con ella; ahora se han marchado las ideas, no recuerdas lo que pretendías decir y esto que parecía excelente de pronto se torna adusto y un poco fuera de tu control, tu control. Conseguiste cerrar tratos, agendar citas y posponer algunas otras; estabas ufano por la delicadez de tu trato y tu elocuencia. Pero ahora pareces débil, fuera de contexto, tu expresión y palabras son graves.
Molesto resulta ser esto para ti, te jactabas de obtener todo lo que querías; esto no es "esto" ni es "todo", es pura humanidad, es una persona y tu desconoces el trato interpersonal, solo sabes escupir palabras vacías a un monton de circuitos, de chips y demás muy bien organizados y comunicados vía satelite: el télefono celular. Ahora tu eres su satélite, ahora eres todo un perdedor de tu vanagloriada circunspección.
La mansedumbre creada por ese artilugio se apodera cada vez más de ti; te vuelves su esclavo, su fiel sirviente, la rata en su la loca carrera, su falso ademán de conectar gente, de transmitir emociones. No, las emociones están aquí. Las perversiones comunicativas están en el aire.