
Johhny Cash, El Hombre de Negro
En su autobiografía publicada en 1975, oportunamente titulada El hombre de negro, Johnny Cash regresa a la anécdota fundacional de su apodo. Corría el año 1954 y, luego de una temporada en la fuerza aérea, Cash había decidido abandonar la plantación de su familia en Arkansas para instalarse en Memphis y probar suerte con la música.
Junto a sus amigos Luther Perkins y Marshall Grant, comenzó a presentarse como “Johnny Cash and the Tennessee Two”, en una época en la que el negocio del espectáculo se regía por estrictas reglas de etiqueta. Una de ellas era que los integrantes de un mismo acto debían ir vestidos más o menos igual.
Como Cash y sus compinches no tenían dinero para invertir en indumentaria, debieron hurgar en su equipaje hasta dar con algo que combinase. Ese denominador común terminó siendo el color negro. “Después de todo, el color negro es el mejor para ir a la iglesia”, escribió Cash. Forma parte de la misma leyenda el hecho de que un año después de haber elegido su color para toda la vida, Johnny Cash se plantó frente a Sam Phillips –el dueño de los legendarios estudios Sun– para ofrecerse como cantante. Pese a haber demorado lo máximo posible su encuentro con él, apenas lo escuchó, Phillips decidió contratarlo.
Había sólo un problema: Cash quería dedicarse a ser un cantante devocional y grabar sólo gospels. Phillips le explicó que no podría contratarlo si insistía con eso y lo convenció de que probase con un repertorio más amplio. En su siguiente encuentro, Cash le demostró a Phillips que había sido convincente, y cantó para él un tema llamado “Folsom Prision Blues”, cuyos primeros –y desde entonces legendarios– versos dicen: “Cuando era sólo un bebé/ mi mamá me dijo: Hijo/ sé siempre un chico bueno/ nunca juegues con armas/ pero maté a un hombre en Reno / sólo para verlo morir”. Sin embargo, el primer tema de Cash que Phillips editó –y su primer número uno en ventas– fue un tema de amor llamado “Cry, Cry, Cry”, en el que la profunda voz del hombre de negro original anunciaba: “¡Vas a llorar, llorar, llorar y vas a llorar sola!”.
Con las canciones devocionales, de amor y de asesinato, tan vinculadas con los orígenes de su leyenda, no suena para nada descabellado terminar de cincelar el mito de Johnny Cash de cara al nuevo siglo con tres álbumes titulados Dios, Amor y Asesinato, cada uno de ellos conteniendo un puñado de canciones referidas a los temas que los titulan, todas ellas fundamentales a la hora de hablar del country y de Johnny Cash.
A tres años de que se difundiera públicamente su realidad como víctima del síndrome Shy-drager, una curiosa enfermedad neurológica degenerativa cuyos síntomas son similares al mal de Parkinson, y a cuarenta y cinco años de la edición de su primer single, Cash ha decidido dejar un legado. Y para ello eligió personalmente los temas incluidos en cada álbum, que hablan por sí mismos de la dimensión de su leyenda.
Integrante del mítico panteón fundacional del rock integrado por Elvis Presley, Jerry Lee Lewis, Carl Perkins y Roy Orbison –sus compañeros en los estudios Sun–, Cash supo ser la cara del establishment musical norteamericano cuando la psicodelia Beatle dominaba el universo de la música pop.
Mientras los cuatro flequilludos de Liverpool redescubrían el mundo desde su Submarino Amarillo, Cash era el anfitrión de un programa televisivo en la televisión norteamericana y vendía más discos que ellos con un álbum grabado en vivo en la prisión de Folsom, cuyos surcos inmortalizarían su “Hello, I’m Johnny Cash” hasta hacerlo sonar tanto como una advertencia así como una presentación formal.
Reconocido destructor de hoteles mucho antes que los Rolling Stones se dedicasen a salir de la cuna y gran consumidor de anfetaminas hasta terminar con sus huesos en prisión más de una vez por ir a buscar fármacos a México, Cash supo ser leyenda aun antes de ser todo lo demás.
En el ensayo con el que prologa el disco dedicado a los temas de amor, June Carter Cash recuerda la primera vez que Elvis Presley escuchó hablar de un tal Johnny Cash: “Estaba agachado, apoyado en una rodilla, rasgueando una guitarra e intentando ponerla más o menos en tono. Todo el mundo sabe dónde vas cuando el sol se pone, Ah-ummm-A-ummm, cantaba y rasgueaba la guitarra otra vez. Plink, plunk, A-ummm... ‘¿Qué estás tratando de hacer?’, le pregunté. ‘Estoy tratando de afinar esta maldita guitarra, y estoy tratando de cantar como Johnny Cash’, me contestó. ‘¿Quién es Johnny Cash?’, le pregunté. ‘¿Para qué es el a-um-a-um? Eso es lo que vuelve locas a las chicas. Cash no tiene que mover ni un músculo, simplemente se para ahí y canta’, me contestó Elvis. ‘No conozco a este Johnny Cash’, le dije. Elvis me respondió: ‘Ya vas a conocerlo. Todo el mundo va a saber de él. Es un amigo mío’”. June es, además, quien supo domar lentamente el espíritu rebelde de Cash. Una labor que, según escribió el propio interesado, “por momentos fue dolorosa, pero como compartimos el dolor, sólo fue la mitad de dolorosa de lo que debió ser”.Venerado incluso por el legendario cantante country Merle Haggard –que aseguró haberlo visto tocar en la cárcel de San Quintín, robándole el show a unas nudistas, toda una hazaña si se tiene en cuenta el lugar–, Cash ha sido capaz de mostrarle el dedo medio al establishment del country cuando éste le dio la espalda durante la década del ‘90, durante la que el legendario Johnny se acercó a rockers como Tom Petty, Soundgarden, Glenn Danzig, Beck, Tom Waits o el productor Rick Rubin, que trabajó con los Red Hot Chilli Peppers y los Beastie Boys. “Saludamos a todos los que nos apoyaron por este Grammy”, decía el anuncio en el que Cash se vengaba de esa manera de Nashville, celebrando su premio al mejor disco country por Unchained (1996), hasta ahora su último álbum. Producido por Rick Rubin, Unchained forma parte de una trilogía de fin de siglo iniciada con el magistral American Recordings (1994) y que se cerrará con un último disco anunciado para fin de este año. Mientras tanto, nada mejor que sus canciones de amor, Dios y asesinatos, que curiosamente –o no tanto– se diferencian muy poco entre sí. Porque Cash le canta con la misma pasión y dedicación a los tres temas. Que bien podrían ser el mismo. “Para mí, Dios disfruta del acento sureño y tolera la música country y un poco de guitarra.” Lo escribió Johnny Cash, una leyenda de pocas palabras. Que así sea. Y que suene.